A sus plantas furioso un león
¡Un león! ¡Un león en el fondo! ¡No podía creerlo! Miré una y otra vez, cerré los ojos y al volverlos a abrir ¡Aun estaba ahí! Hace unos minutos me desperté, sentí un ruido, como un trueno, pero era más gutural. Me extrañó ese sonido: no era algo común. Miré a mi alrededor, estaba en la habitación de mi abuela, ¡En su casa!, no sé bien como llegue ahí, pero reconocí en seguida las señales: La cama de elásticos que rebuzna como un burro disfónico, el ropero de madera color caoba con un espejo cargado de siete años de mala suerte en la puerta, los santos y virgencitas en la mesita de luz a los que la Tati le rezaba todas las noches. No había nadie más. Llame a mamá, a papá, grité por mi abuela, pero nadie me respondió. Así, descalzo como estaba, aunque no me dejan andar sin nada en los pies, baje de la cama. Salí de la pieza, crucé el comedor desierto sintiendo el frío de las baldosas a cada paso y llegué a la cocina también vacía. De pronto, otra vez el rugido, que parecía venir d