El mar del invierno
Ella caminaba por la playa descalza, sus pasos lentos le permitían sentir la textura rugosa de la arena, fría como correspondía a ese mes de agosto que ya empezaba a agonizar. Las olas atacaban a sus pies en episodios rítmicos, clavándole agujas heladas, que le devolvían la vida por unos instantes. El viento soplaba con fuerza desde el horizonte lejano, donde la tormenta eléctrica bullía y avanzaba constante hacia su cuerpo frágil. Llevaba en su mano un libro gastado de Alfonsina Storni. Era “Poemas de Amor”, la versión francesa de Max Daireaux de 1926, una reliquia que estaba en su familia desde que Ella tenía memoria. Su abuela le había enseñado los rudimentos del idioma cuando era una niña que aún no acababa de aprender el español. Luego, en la academia, se había perfeccionado y se había enamorado de una París que nunca llegó a conocer. Ese manojo de hojas amarillentas había sido su mayor tesoro en este mundo. El mar siempre le había dado el punto de escape para sus tensione