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Mostrando las entradas de 2019

La última verdad

Ese año, Aina y Paul habían decidido hacer el viaje por el Reino Unido que venían soñando desde que se habían conocido. Él, oriundo de Exeter y ella catalana de pura cepa, habían coincidido hacía casi un lustro en una visita a la Sagrada Familia. Un mes más tarde, la idea surgió en una charla a la sombra de La Pedrera; a la vez que decidían, como parte del mismo paquete, compartir un piso en la ciudad. Después de tres años de convivencia feliz en el bohemio barrio de Gracia, finalmente había llegado el momento de hacer las mochilas. Luego de una primera etapa, que incluyó la visita a la familia de Paul en el sur de Inglaterra y un par de semanas felices en Londres, estaban listos para recorrer su próximo destino: la mágica y misteriosa Escocia. Ambos eran ávidos lectores, de esos que devoraban con ojos famélicos casi cualquier cosa con letras que llegara a sus manos. Aina, en particular, había adquirido en el último año una cierta obsesión por Outlander , la saga de novelas de la esta

Desde el umbral

Es extraña esta sensación. Estoy, pero no estoy del todo. Una luz creo que vi, pero por ahí me equivoque; mi cabeza da muchas vueltas, a lo mejor fue la linterna del tordo. Digo, tiene que haber habido uno que firme la papeleta. Hace un rato me desperté, inmóvil. No siento mi cuerpo, pero mis oídos escuchan incluso el aleteo de la mosca que se posa en esa cala desagradable, ahí hacia mi izquierda. Igual no sé si es peor el insecto, la flor, o el florero de aluminio de pésimo gusto donde está sumergida. Sí, también puedo ver, resulta obvio ¿No? Mis parpados están apenas entreabiertos, como una rendija mínima de pocos milímetros, pero alcanzan a vislumbrar un panorama un tanto extraño. Me doy cuenta donde estoy, no soy el más vivo, pero me resulta claro. Luces fluorescentes, blancas, frías en el centro de mi visión, un techo de yeso medio descascarado,   cabezas que aparecen en mi campo unos instantes y luego se van. Un olor aséptico que empieza a ser invadido por el aroma du

La cárcel de Asterión (Variación sobre La Casa de Asterión de J.L. Borges)

Tardes enteras he pasado trepada a los muros, viéndolo reventarse la cabeza contra ellos. Su sangre es roja, la he visto derramarse por su hocico siempre húmedo. No sé porque lo hace, parece un arrebato de locura, como si la diosa Lisa se divirtiese danzando en su sesera. Su hado es horrible.   Yo misma estuve a punto de terminar en este sitio de perdición. Pero Minos creyó que era mejor verme desfallecer a diario ante su regodeo, que permitirme la agonía rápida y un lento blanqueo indoloro de mis huesos al sol del Laberinto. Hoy puedo ver que tenía razón. Fue astuto, muy astuto cuando encargó a Dédalo que, al terminar su obra, adosara a ella esa simple escalera que trepa a lo más alto de sus muros. Solo bastó que la viera, para saberme condenada a gastar cada escalón miles de veces, para poder llegar hasta aquí, para poder observarlo en su soledad, tan dolorosa no solo para él. Sé que me acusan de lujuria, de perversión más allá de lo humano, olvidan que mi estirpe es divina. Es

Matar a Luis

Tenía que matar a Luis. Él estaría esperando que lo hiciera, de eso estaba seguro, pero ese detalle, en realidad,   no tenía mucha importancia. El plan era sencillo,   solo requería una pistola y poco más, una bala; necesarias ambas para darse sentido una a la otra. Así que pensó: ¿Por qué no? Luis se lo merecía, después de todo. Había arruinado su vida en muchas formas, durante mucho tiempo, por eso se había llegado a este punto desesperado, tan terminal. Porque a no confundirse, el asesinato no era algo que se le había ocurrido de la noche a la mañana, sino el fruto de un proceso mental de años. Era una idea masticada de forma lenta, desde que surgió como una ocurrencia, descartada inmediatamente, hasta que fue tomando cuerpo y densidad, tanto que su presencia se hizo ineludible a cualquier hora y en cualquier lugar. Desde chicos, en la escuela, en varios trabajos,   a toda hora, con todo el mundo; todo lo que significaba algo para él lo había perdido por Luis; así

Dama de negro (Poema)

Cuando leve la radiante sombra apareció y un cerillo de la hoguera fue su amante creador, luces tenues se posaron en la noche acaecida, luna nueva en la caja negra fue ráfaga y resplandor. Ha caído un manto oscuro, siendo capa, quizás telón de hoyos siderales, agujereado para que se filtre la luz del paraíso hasta la rasante posición. Arremeten las corrientes de aire arreando nubes, cual ganado arrastrado en busca de mejor pastura. Se enfría la superficie, se hiela de toda paciencia la roca, libre de la maza, de la tortura certera. Respiran ahora las plantas, sumidas en fotosíntesis oscura; escarban el humus buscando encontrar depósitos de agua, sal y mineral. Se ha perdido la vergüenza que la luz sola mantiene en vigencia; flotan en el paraíso de sombras las libertades, instintos, sin tener que rendir cuentas ante más juez que el viento indulgente, que sopla arrogante al olvido sus sentencias. Ha caído el ayer, desplomándose en