Entradas

Mostrando las entradas de 2020

Mineros

2do premio Concurso "Escrituras en épocas de aislamiento físico". Municipio de General Rodríguez. Año 2020. Las noticias venían llegando alarmantes desde Europa desde, hacía por lo menos, un mes y medio. El nuevo virus estaba haciendo estragos y los noticieros inundaban el aire con la premonición agorera de que solo era cuestión de tiempo para que el mal atravesase el océano y llegara a estas tierras. Para los adolescentes, sobre todo los enamorados, las preocupaciones solían pasar por otro lado y nuestros protagonistas no eran la excepción a la regla. Laura y Andrés vivían en la misma calle, en distintas veredas. Sus respectivas casas estaban enfrentadas; y pasaban gran parte del día juntos, desde que habían empezado a salir hacía casi un año. Sus familias nunca se habían llevado demasiado bien: los padres de Andrés, José y Andrea eran ambos profesionales; y, sin disimulo, ninguneaban a   los de Laura, Raúl y Susana, por su humilde condición de obreros. Eso había generado,

Rateros del Superclasico

El Bagre, el Sapo el Lombriz y el Laucha eran un curioso colectivo zoológico que desde hacía cuatro años laburaban, es decir afanaban, en el barrio de Liniers. Su estrategia era simple: En el paso cebra de Avenida Rivadavia y Cuzco se mezclaban entre la gente que pululaba de a cientos durante la mañana. Uno de ellos, a menudo el Laucha, campaneaba que no estuviera la yuta cerca, y los otros tres se dedicaban a desvalijar a los peatones inocentes que cruzaban la calle para ir a sus trabajos. Otras veces, para no aburrirse de hacer siempre lo mismo, cambiaban su modus operandi y se amontonaban con los desesperados que pugnaban por subir al 8 que iba a Ezeiza y en el empujón se hacían de alguna billetera o algún teléfono que luego reducían en las cuevas del conurbano. Pero quiso la fortuna que ese miércoles a las 9, jugaran Boca y River en La Bombonera la primera semifinal de la Copa Libertadores. Al Bagre, que andaba algo necesitado de guita, se le metió en la cabeza que ahí iban a

Es absurdo morir contando tortugas

Había salido solo. Como tantas otras veces, había decidido caminar un poco para estirar las piernas. A sus 78 años, esa era casi la única actividad que solía hacer a diario. En realidad había planeado llevar a sus nietos a pasear al zoo. Ramiro estaba enloquecido con la idea de ver un elefante en vivo y en directo; pero Nicolás había amanecido con un poco de fiebre y la madre pensó que era mejor que ambos   se quedaran en casa en esa ocasión. José se deprimió un poco ante este revés, pero era una tarde realmente bonita por lo que se dijo a sí mismo: “¡Qué diablos! ¡Yo me voy solo!”;   y encaminó sus pasos hacia el centro de la ciudad. Cuando llegó ante los inmensos portones negros del zoo, cuyas rejas bellamente ornamentadas delataban su antigüedad; ya era algo tarde y quedaba apenas una hora y media para el cierre. Pero como ser jubilado tiene sus beneficios y uno de ellos era el pase gratis al lugar,   decidió entrar de todas formas. Luego de presentar su carnet,   atra

A sus plantas furioso un león

¡Un león! ¡Un león en el fondo! ¡No podía creerlo! Miré una y otra vez, cerré los ojos y al volverlos a abrir ¡Aun estaba ahí! Hace unos minutos me desperté, sentí un ruido, como un trueno, pero era más gutural. Me extrañó ese sonido: no era algo común. Miré a mi alrededor, estaba en la habitación de mi abuela, ¡En su casa!, no sé bien como llegue ahí, pero reconocí en seguida las señales: La cama de elásticos que rebuzna como un burro disfónico, el ropero de madera color caoba con un espejo cargado de siete años de mala suerte en la puerta, los santos y virgencitas en la mesita de luz a los que la Tati le rezaba todas las noches. No había nadie más. Llame a mamá, a papá, grité por mi abuela, pero nadie me respondió. Así, descalzo como estaba, aunque no me dejan andar sin nada en los pies, baje de la cama. Salí de la pieza, crucé el comedor desierto sintiendo el frío de las baldosas a cada paso y llegué a la cocina también vacía. De pronto, otra vez el rugido, que parecía venir d

Un ángel para tu soledad

Para Juan, In memóriam Érase una vez, un grupo de amigos, que como suele suceder, con el correr de la vida había visto lentamente reducirse el número de sus miembros activos. Años atrás,   como en el film de Kurosawa, éramos siete los samuráis. Pero como el tiempo hace su trabajo incesante, Agustín se había casado y estaba   dedicado por completo a su incipiente familia.   A Kiko, en cambio, distintas circunstancias habían hecho que últimamente no lo viéramos todo lo que queríamos. Peor aún, y mucho más grave, el Loco Juan, ese que siempre conseguía sacarnos una sonrisa en las situaciones más disparatadas, había marcado entre él y nosotros una distancia insalvable. A fines del año anterior, nos extrañó que no apareciera en casa para ver la final de la Supercopa entre River y el San Pablo. A la mañana siguiente, descubrimos horrorizados el motivo: un choque con su camioneta lo había enviado en coma al hospital. Después de   luchar por casi un mes, él, ese flaco de rulos,